lunes, 8 de septiembre de 2014

El precio de ver

En un lugar en donde el color negro no tenía valor, en donde solo algunas personas tenían la capacidad de verlo y otras lo confundían con otros colores sin alcanzar a distinguirlo, se dio esta conversación...



—Teniendo tantos colores, ¿por qué no los comercializás?
—No son colores, son el negro.
—Pero si la mayoría los vemos de color, ¿por qué no vendés el negro por el color que ve cada uno?
—Porque los estaría estafando ya que yo sí se la verdad.
—Y ¿cómo sabés que vos sabés la verdad?
—Porque los colores que veo negros no reflejan la luz, motivo real por el cual no tienen valor.
—Pero nadie notaría eso si viese otro color que no sea el negro…
—No. Nadie.
—Entonces, ¿por qué no le ponés un precio a todos los colores negros que tenés y ofrecés al que quiera que se lleve el que quiera y que lo llame como quiera? De esa manera no estarías mintiendo y cada uno pagaría un precio por lo que quiere ver…

* * * * * *



—Sebas, yo sé que me tratás mal porque te gusto, porque me querés. Solo tenés que permitírtelo.
—Sí. Tenés razón, Eugenia. Me lo voy a permitir. Quedate conmigo…
—¿Viste que tengo razón?
—Sí, de verdad que valoro que te decidas a que lo intentemos.
—Y vos también te estás decidiendo…
—Bueno, ya lo sabés.






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