domingo, 31 de marzo de 2013

El casette

Nunca voy a saber qué me pasó entre los siete y los diez años, pero hay algo entre violento y de mucha soledad que me marcó mucho al punto de no soportar ver a un chico triste o sufriendo maltrato. Un chico de cualquier edad hasta los doce años, después reacciono como lo que significa la situación, pero en esas edades me pasa algo, reacciono exageradamente, voy de la rabia al llanto, no lo llevo bien. En las películas o libros, ante una situación así empiezo con un nudo en la garganta, una angustia punzante, hasta que, si no consigo distraerme de la escena, rueda una lágrima. Y más también.

Sé algunas cosas. Sé que no fue ajeno a mi contexto, sé que no fue sexual, sé que después de eso me dejaron solo. Sé, con menos seguridad, que no fue algo puntual, sino que fue algo que transcurrió un tiempo. Sé que me formó parte del carácter que hoy tengo. Sé que me salvé de algo. Sé que lo manejé bien, pero a costa mía.

Nunca lo voy a saber. No quiero saberlo. Debe haber sido terrible, o no, tal vez lo vi terrible, o lo viví devastador. Pero en esas épocas me regalaron, después de haberlo pedido para varios cumpleaños, un grabador. "Es un grabador de periodista", me dijo mi hermano, "yo te voy a regalar tu primer casette".

Todavía recuerdo en imágenes congeladas el día que ya no lo encontré más. No al grabador sino al casette. Tendría... no, no sé, estaba en el colegio, en el secundario, y era grande. Y no lo encontré más. Ya había cumplido su cometido, ya me había acompañado en esa soledad larga que tengo borrada de mi cabeza pero que vive inmensa como una impronta, como un cráter desolador y triste. Y así como después de un meteoro quedan minerales entre las cenizas, así aparecen las canciones de ese casette cada tanto. Aparecen en cualquier lado y las recuerdo, las recuerdo a esa edad, y siempre llenas de emociones intensas: nostalgia, euforia, tristeza, siempre emociones íntimas, propias: melancolía, desgarro, y no vienen todas juntas, sino que cuando aparecen me dejan alguna de esas sensaciones pero como si las viviese en mis siete, ocho, diez años. Incluso a veces se presentan con un color.

Hoy apareció una de ellas. Bueno, apareció ayer pero duran un tiempo en mi cabeza, y hoy la volví a escuchar varias veces, incluso la tengo puesta en repetición automática mientras escribo esta nota. Se repite una y otra vez, y la sensación se mantiene casi intacta. No es una emoción tan clara como las que escribí antes, sino que es un cocktail de emociones, una emoción sola y única producto de varias de ellas batidas en la mirada de un chico que no sabe lo que siente. Parece que me contradigo con lo que puse arriba cuando las enumero como ejemplo, pero la emoción resultante sí es clara, es lo que siento hoy al identificar esa sensación, aunque es una mentira, un consuelo breve de creer que eso es lo que sentía mientras escuchaba la canción. Siento lo que sentía, pero siempre yerro. Acertar significaría recordar y siempre la siento diferente.

A veces vienen con una imagen. A veces la canción trae una foto en movimiento, una foto donde predomina el color de la ocasión. No es siempre el mismo color en la misma imagen. Nada es lo mismo, solo la paz, la sensación de paz y tristeza, paz y euforia, paz y alegría... Qué raro, ¿no? Pero esas canciones muchas veces han torcido el rumbo de un trabajo, de un escrito, de un dibujo. He estado escribiendo y al aparecer la canción cambio la historia, o cambio el sentido de la ilustración, o cambio la idea del trabajo. Muchas veces, no siempre.

Hoy apareció esta canción en su color propio, un violeta casi gris, el color de un desierto urbano muy propio de la revista Fierro que leería años más tarde. Y con mi cara de tres cuartos hacia atrás, como si yo hoy estuviese parado atrás de ese chico y hacia un costado. Hacia la derecha suya. Y ese chico de ocho años mira una mañana nublada desde la enorme ventana de su cuarto custodiado por una cortina semitransparente. Mira serio hacia arriba, más arriba de la terraza del edificio de enfrente que está casi a la altura de su piso. Mira el cielo.

No recuerdo todas las canciones del casette, pero sí algunas, y se me ocurrió ir poniéndolas en este post a medida que aparezcan para recordarlas juntas, para ver si consigo reconstruir ese casette que perdí hace tiempo. Y empiezo por la que apareció hoy, la del desierto urbano, la de la nostalgia, la de las campanadas de una iglesia, la de un luto, la de una casa grande sola. La del refugio. La del miedo y la soledad.



2 comentarios:

  1. Por suerte decidí guardarlos en una caja antes de perderlos... Gracias por compartir esto tan lindo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Yo también atesoro una caja con los mejores casettes que pude rescatar de aquel tiempo.

      Eliminar