Los acusados de fallar.

Puse el revólver en la sien de aquella vida,
no pretendía que accediera a su eutanasia,
pero tal vez creyendo hacer alguna gracia
llevó su mano hacia un lugar del pantalón.
Y como un globo se revienta en una fiesta
y ese momento corta al chifle todo canto,
sonó el disparo como inicio del espanto,
y en un paraguas rojo en sangre reventó.

Viendo caer la media res de traje oscuro
por un segundo pude ir hacia el pasado,
cuando la Norma me decía que era un vago
con mi despido agitándolo al gritar.
Y yo salía de mi casa así de hueco,
sin profecías que pintaran un futuro,
y armé de nuevo un porvenir atrás del muro
de los que viven acusados de fallar.

Mientras miraba el charco en sangre de ese tipo,
desparramado su dinero en la vereda,
con el sollozo del viento y de la arboleda,
puse el revólver en donde algo andaba mal.
Y recordé cuando pensé en volver a Norma,
por fin con plata, lo que tanto me exigía,
y comprendí que siempre al fin yo fallaría,
que el mundo se hizo para algunos nada más.

Aseguré ahora en mi sien el duro caño,
y procuré por esta vez ya no fallar.