lunes, 11 de junio de 2012

"...con tanta vida"

Me di cuenta de que había recuperado su mirada. No, mejor dicho, ahora había una mirada solo de bondad. Una mirada desprotegida, entregada.

"Cambió tanto Buenos Aires... En mi época se podía estacionar en las dos veredas. En casa una vez entraron ladrones, pero no había robos. No como ahora..."

Doblado como un pajonal que resiste el viento, me miraba con sus ojos vidriosos. Es curioso, pero jamás lo había visto con tanta vida. Lleno de la fuerza del alma, y seco del vigor del cuerpo, calcinado su pelo, sus manos de raíz de roble retorcidas sobre el apoyabrazos del sofá del living.

"Era más fácil, no había tantas cosas, tantas normas, tantos problemas, no había semáforos..."

Su charla, para ser franco, era un monólogo. Él solo quería volcar la escoria de su crisol de vida, lo que recién ahora empezaba a sobrar en el hierro fundido de su experiencia, y que durante su vida permaneció mezclado en un cucharón de metal hirviendo, vivo y furioso, siempre encendido. No importaba lo que yo dijera. Importaba que lo escuche. Importaba que lo redima de su tardío análisis de tantas cosas...

"Pero en Buenos Aires está el trabajo, Marcos. Eso es una realidad".

De qué servía opinar sobre lo ya esculpido en el mármol grueso de ese busto que me miraba, bueno, cansado, como el San Martín abuelo de la calle Ramón Castilla. Asentí. Aunque con mi vida le gritaba que opinaba lo contrario, asentí. Y él sonrió.

"Tu caso es distinto". Se apagaron los sonidos de su boca, y con ellos los de la calle hasta que volvió a respirar. "Tu caso es distinto..."

Nunca lo quise tanto como ahora. Y eso que lo quise tanto... En su monólogo sembró risas espontáneas, miradas alegres, comentarios divertidos, y hasta alguna ponderación que hoy repartía como un hombre bueno da caramelos a los chiquitos... A los chiquitos que lo rodean para que les dé esos caramelos. Sus ponderaciones hoy tenían el sabor de un legado.

"¡Siempre me gustaron tanto los lápices! Tengo miles. Como el que te regalé el otro día. Ese era nuevo, por eso no lo quería tanto. Por eso te lo regalé. Pero no me puedo desprender de ellos", me dijo sin saber, como nunca supo, que hay verdades que son menos importantes que la ilusión.

¿Y cuál es la verdad? ¿El amor que yo mesuré en la entrega de ese lápiz que creí imponente y que no fue tal, o las miles de veces que él me amó desmesuradamente y yo ni lo advertí? ¿De qué sirve la verdad sino para conocer al otro, y no para revolver en los detalles mínimos de cualquier gesto inadvertido? Me reí, lo miré y en sus ojos chiquitos, transparentes, en su mirada descolorida, vulnerable, estaba esta vez presente frente a mi, de manera completa y no a medias, no con su mente en miles de cosas...

"La vejez tiene cosas buenas. Ya no tengo que preocuparme de los problemas, sino que hago lo que quiero. Bah, siempre hay problemas... Sí, claro que tengo preocupaciones... pero... no sé cómo explicarte", y después de sus premisas improvisadas su mirada enfiló a la ventana donde florece entre plantas y macetas la estatua de bronce que lo acompañó tantos años en su oficina.

"Sí, te entiendo, papá", le respondí. "Bueno, tengo que seguir laburando", le dije. "Sí, sí, claro. Andá...", respondió.

Yo me paré y empecé a acomodar mis cosas. Él se levantó, y se siguió levantando, hasta que por fin todo él estaba de pie, majestuoso hombre lleno de décadas de historia, de amores y dolores, de miedos y de agallas, enarbolado pabellón de mi vida que recién ahora empezaba a recorrer con la mirada ajena de quién admira y perdona. Yo lo relojeaba desde un costado apartado, y vi que su rumbo era distinto. Ya no iba a ningún lugar apurado y sin tiempo, sino que recorría los senderos de la casa, ofreciendo su cáliz lleno, su bidón de historias mezcladas y confusas, sin apellidos ni fechas, para volcarlas en las miradas que lo encontrasen.

Lo perdí entre mis papeles, pero me volví para buscarlo y lo encontré en el pasillo, silencioso, como caballo manso, alejándose encorvado, sombra entre la sombra, solo rescatado en su contorno por la luz cálida que lo esperaba al final del corredor.

Mk 
(sábado, 22 de agosto de 2009)



"Nunca lo quise tanto como ahora. Y eso que lo quise tanto..."

(sábado, 9 de junio de 2012)



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